Las llagas de san Francisco. ¿Cómo y para qué?

 

The Wounds of Saint Francis. How and for What?

 

Fr. Manuel Romero

Tercera Orden de san Francisco

Ministro Provincial

romeroq@hotmail.com

 

Resumen

Con motivo del octavo centenario de la impresión de las señales que los clavos y la lanzada de Cristo dejaron en Francisco de Asís, nos acercamos a la posibilidad de comprender ese acontecimiento como experiencia mística cristiana. La tradición franciscana sigue el patrón de los primeros biógrafos (Tomás de Celano y san Buenaventura) y de las representaciones pictóricas de Giotto en la basílica del Sacro Convento de Asís. Son aproximaciones externas que han de situarse en la experiencia vital de Francisco en torno al año 1224, tiempo de renuncias y de incomprensiones por parte de los hermanos a un proyecto de vida por hacer. Lo profundo de Francisco lo vemos en sus Escritos, en las Cartas, en las que sigue la hilazón de la noche de Getsemaní, en la que Jesús entrega su obra en manos del Padre. ¿Sirve esto para mostrar y explicar a nuestros contemporáneos lo que es una experiencia mística? ¿Nos ayuda a los cristianos a configurarnos y asemejarnos, en este momento de la historia, a Cristo?

Palabras cave

Llagas de san Francisco, centenario llagas, escritos de san Francisco, mística

 

Abstract

On the occasion of the 8th centenary of the impression of the signs that Christ's nails and spear left on Francis of Assisi, we approach the possibility of understanding that event as a Christian mystical experience. The Franciscan tradition follows the pattern of the first biographers (Thomas of Celano and Saint Bonaventure) and of the pictorial representations of Giotto in the basilica of the Sacred Convent of Assisi. They are external approximations that must be situated in Francis' life experience around the year 1224; time of renunciations and misunderstandings on the part of the brothers about a life project to be done. We see the depth of Francis in his Writings, in the Letters, in which he follows the thread of the night of Gethsemane, in which Jesus delivers his work into the hands of the Father. Does this serve to show and explain to our contemporaries what a mystical experience is? Does it help us Christians to configure ourselves and resemble, at this moment in history, Christ?

Keywords

Wounds of Saint Francis, centenary wounds, writings of Saint Francis, mysticism

 

Llega para nosotros el centenario de las llagas de san Francisco de Asís. Un acontecimiento que recuerda la impresión de las señales que los clavos produjeron en Cristo, pero doce siglos después en el santo de Asís.[1]  Este tema, tan asumido por la tradición franciscana, no deja de tener su complejidad y su controversia.

Hoy hay mucho interés por todo lo extraordinario, como muestran los programas de lo esotérico en los medios y las redes sociales. Cada vez se suman más seguidores, lo que delata la necesidad de la gente de una explicación de lo inexplicable y su gusto por lo trascendente, mientras que el mundo teológico sospecha de estos «signos contradictorios» y los considera accesorios para el acto de fe. Da la impresión de caminar en paralelo y sin intención de converger.

Se nos ofrece la oportunidad de hacer pedagogía y clarificar, porque –de lo contrario–, serán otros, y fuera de nuestro ámbito, los que impongan su relato. Ochocientos años después nos preguntamos, ¿por qué Francisco recibió los estigmas de Cristo? y –a la vez– ¿cómo nos afecta a nosotros?[2].

 

El fenómeno místico

Tenemos que comenzar describiendo lo que significa la «mística» –como disciplina de la teología espiritual–, y la experiencia que subyace en quien la vive.

La mística es un fenómeno que trasciende lo humano y que se manifiesta en la historia humana. No les sucede a los ángeles –al menos no tenemos noticia–, sino a gente concreta con sus preocupaciones y sus sueños. Y acaece a personas de diferentes tradiciones religiosas y culturas. Si preguntáramos a diez personas en el centro de la ciudad, sobre ¿qué es la mística?, lo más seguro es que una no contestara, otras dos dirán que no saben nada, dos nos hablarían del Padre Pío, una sexta nos sorprendería con una poesía del siglo de Oro español, otras dos nos llevarían a la tradición del Dalai Lama y el resto se debatiría por considerar el tema o desconocido o del ámbito de las técnicas orientales de relajación. Un batiburrillo interesante que da muestras de la distancia que hay entre nuestras celebraciones de centenarios y lo que mueve e interesa a nuestros contemporáneos.

No hay que desesperar, estamos en un momento crucial. Por eso, proponemos partir de lo que nos cuentan los textos de la tradición franciscana y acercarnos a su origen en la intimidad de Francisco. Algo que nos lleva a lidiar con los extremos: la idealización de la santidad y el cuestionamiento de los fenómenos místicos.

 

Francisco de Asís, el místico

Francisco de Asís es, en sí, un fenómeno viral mantenido en el tiempo. Pocos personajes de la historia han dado lugar a tanta vida y a tantos trazos de espiritualidad. Por eso, el misterio de las «llagas» puede que nos indique algo sobre su experiencia del Misterio de Dios.

Francisco se convierte en torno a 1206, con unos 20 años, y comienza a vivir como los penitentes de Asís.[3] El ideal de la penitencia y de práctica de la misericordia cautivará a muchos de sus contemporáneos como Isabel de Hungría, Angela de Foligno o Raimundo Lulio.

Ahora, ¿qué experiencias místicas tuvo Francisco? Son muchas las referencias que encontramos en las fuentes franciscanas. Nos centramos en las dos grandes áreas que podemos documentar y desechamos «las Florecillas» por ser un escrito posterior y muy edulcorado.[4]

Comenzamos por los Escritos franciscanos. Provienen de lo que los otros vieron o conocieron de Francisco. Se aglutinan en las Biografías y aparecen cuando ya no vive el santo, en torno a la última parte del siglo xiii. Los ponemos en primer lugar por ser lo que conocimos en la formación y se han conservado casi inalterados. Son escritos muy adornados y teologizados que pretenden mover a la devoción.

 

«Al instante dirigía el ojo de la consideración a la hermosura de aquella flor que, brotando luminosa en la primavera de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos. Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor, como si gozaran del don de la razón» (1ª Celano XXIX, 84).

 

«Era levantado muchas veces a la dulzura de tan alta contemplación, que, arrebatado por encima de sí mismo, a nadie revelaba la experiencia que había vivido de lo que está más allá del humano sentido. Pero por un caso que fue notorio queda para nosotros claro con qué frecuencia quedaba enajenado en la dulcedumbre del cielo» (2ª Celano LXIV 98).

 

Por otro lado, están los Escritos de Francisco. Son los que él quiso que se escribieran y muestran sus deseos y anhelos. Se han ido recuperando tras la «vuelta a las Fuentes» que propició el concilio Vaticano II y pertenecen a la franja temporal que comprende el año 1215 hasta 1224.[5] Van desde los escritos poéticos –como el Cántico de las Criaturas–, pasando por las oraciones –como las Alabanzas al Dios Altísimo–, hasta llegar a las Cartas –como la 2ª Carta a Todos los Fieles–[6].

 

«Tú eres esperanza nuestra, tú eres fe nuestra, tú eres caridad nuestra, tú eres toda dulzura nuestra, tú eres vida eterna nuestra: Grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador» (ALD 6).

 

«¡Oh, cuán glorioso es tener en el cielo un padre santo y grande! ¡Oh, cuán santo es tener un tal esposo, preclaro, hermoso y admirable! ¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano y un tal hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y más que todas las cosas, deseable, nuestro Señor Jesucristo! Él que dio su vida por sus ovejas y oró así al Padre: “Padre santo...”» (1CtaF I,11-14).

 

Podemos comprobar que en estos textos no aparecen conceptos ni términos místicos ya que su tematización será posterior y porque Francisco no tenía conciencia precisa de lo acaecido. El único eco (como señala Octaviano Schmucki), será la Oración conclusiva de la Carta a la Orden (CtaO 50-52)[7], donde el santo pide a Dios –entre otras cosas– «que, interiormente purgados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor...». No obstante, este fragmento pertenece a los últimos escritos y en el momento en el que Francisco ya no dicta mensajes. Por lo que hemos de considerar que la experiencia mística de Francisco se muestra prioritariamente en las «palabras» que él quiere que sean escritas y enviadas a todos: —«Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y os conjuro, en la caridad que es Dios y con la voluntad de besaros los pies, que recibáis con humildad y caridad éstas y las demás palabras de nuestro Señor Jesucristo, y que las pongáis por obra y las observéis» (2CtaF 87).

Donde podemos ratificar la personalización profunda del Misterio de Dios en Francisco es en los versos que añade, en 1221, al inicio de la primera redacción de la Carta a todos los Fieles (1215). Ahí refleja los dos fundamentos de su espiritualidad y por ende, de su experiencia mística: el Misterio de la Encarnación (centenario de Greccio) y el de la Redención (centenario de las Llagas)[8].

 

«El altísimo Padre anunció desde el cielo, por medio de su santo ángel Gabriel, esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, en el seno de la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad. Él, siendo rico, quiso sobre todas las cosas elegir, con la beatísima Virgen, su Madre, la pobreza en el mundo. Y cerca de la pasión, celebró la Pascua con sus discípulos y, tomando el pan, dio las gracias y lo bendijo y lo partió diciendo: Tomad y comed, éste es mi cuerpo. Y tomando el cáliz dijo: Ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados. Después oró al Padre diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y se hizo su sudor como gotas de sangre que caían en tierra. Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no como yo quiero, sino como quieras tú. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas» (2CtaF 4-13).

 

Así pues, consideramos que las «palabras» son las señales de la experiencia mística de Francisco de Asís que, con posterioridad, reflejarán sus biógrafos.

 

Las Llagas de Cristo en Francisco

Situados en esas «palabras» que guardan tanta vida, podemos dar el paso siguiente: ¿qué vemos de esa experiencia más allá de las palabras?

La costumbre religiosa ha arrastrado a una idealización de la santidad cargada de estigmas, bilocaciones, experiencias extrasensoriales, éxtasis y arrobamientos. A la vez, la Iglesia católica se ha esmerado en afinar esos «fenómenos místicos» y para no identificarlos con la santidad.

Dios nos ama con o sin milagros. Y los milagros puede buscarse por muchos motivos sin necesidad de tener fe. Por eso, la celebración de este Centenario nos exige vincular la experiencia mística de Francisco con la Fe en Cristo. La primera Biografía de Tomás de Celano (Cf. 1 Cel II, 94-96) y la Leyenda Mayor de san Buenaventura (LM XIII 1-15) describen el acontecimiento de la «Estigmatización» vinculado a una vida de fe y una experiencia mística de la cruz de Cristo. Se da en el ámbito del ayuno por la fiesta de san Miquel (29 de septiembre), en el contexto de la fiesta litúrgica de la exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) y se produce en el eremitorio del Monte Alvernia de la siguiente manera:

 

«… tuvo Francisco una visión de Dios: vio a un hombre que estaba sobre él; tenía seis alas, las manos extendidas y los pies juntos, y aparecía clavado en una cruz. Dos alas se alzaban sobre su cabeza, otras dos se desplegaban para volar, y con las otras dos cubría todo su cuerpo» (1 Cel II, 94).

 

«Ante esta contemplación, el bienaventurado siervo… se sentía envuelto en la mirada benigna y benévola de aquel serafín de inestimable belleza; … esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión» (1 Cel II, 95).

 

«Ante tal aparición quedó lleno de estupor el Santo y experimentó en su corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una espada de dolor compasivo que atravesaba su alma» (LM 3).

 

«… cuando su corazón se sentía más preocupado por la novedad de la visión, comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos, al modo que poco antes los había visto en el hombre crucificado que estaba sobre sí… Y en el costado derecho, que parecía atravesado por una lanza, tenía una cicatriz que muchas veces manaba, de suerte que túnica y calzones quedaban enrojecidos con aquella sangre bendita» (1 Cel II, 96).

 

En esta redacción simple encontramos el desarrollo que la tradición mística delineó siguiendo los pasos de la purificación (ayuno por la fiesta de san Miguel), la iluminación (con los textos la Pasión de Cristo) y la unión (con el Serafín alado)[9].

Después aparece el «secreto» que Francisco siempre guardó ante estos signos. Él no:

 

«… solía revelar a nadie aquel importante secreto… Pues tenía la experiencia de que es un gran mal comunicar todo a todos, y … había dado con algunos que, simulando estar de acuerdo, disentían interiormente; con quienes le aplaudían por delante y se burlaban a sus espaldas; con otros que, juzgando los hechos, habían difundido entre personas sencillas y buenas suspicacias respecto de él» (1Cel 96).

 

Una prevención que nos habla de su sensatez y de la autenticidad de la experiencia que usarán otros místicos. Santa Ángela de Foligno, años después, relatará su experiencia solo por mandato de su confesor: «Comencé a sentir esa cruz y ese amor profundamente, en el alma, y esa cruz la experimentaba corporalmente, y sintiéndola, mi alma se derretía en el amor de Dios»[10].

Todos conocemos cómo en siglos posteriores se intentará afinar la experiencia mística sospechando de toda señal palpable. Los abusos de los iluminados y la curiosidad de nobles y reyes provocarán un férreo discernimiento de estos fenómenos en los s. Xvi y xvii;[11] años de Contrarreforma e Inquisición. La Teología especulativa corregirá las manifestaciones públicas de arrobamientos, sanaciones y estigmas como confirmación objetiva de una santidad subjetiva.

Como vemos en las Fuentes, para Francisco fue desconcertante este modo de Amar de Dios y pensaba que también lo sería para sus frailes. De ahí su silencio y su pudor a mostrar las Llagas. Todos los biógrafos coinciden en que este hombre santo nunca buscó nada y lo agradeció todo.

 

La Noche Oscura

Los santos, especialmente los que han dejado su experiencia espiritual redactada, reconocen que, tras recibir impresiones directas y concretas del Misterio de Dios, sienten un desconcierto. Una sensación profunda de no ser merecedores del amor de Dios ni de las señales que han aparecido en su vida o en su cuerpo. Es la experiencia de la «noche oscura» o la pérdida de seguridades en el camino del seguimiento de Cristo.

¿Qué le sucedió a Francisco en torno al año 1224? Vayamos a los antecedentes. En 1220 Francisco deja la dirección de la Orden en manos de Pedro Catani y el Papa designa al cardenal Hugolino como «protector, gobernador y corrector de la fraternidad» (1Cel 73-75). En esos meses, los hermanos solicitan a Francisco una Regla escrita al no conservarse la aprobada oralmente por Inocencio III. A inicios de 1221 redacta el documento con un estilo evangélico que imita la primitiva y expresa su experiencia espiritual. Sin embargo, no contenta a los ministros y él decide apartase del liderazgo, tanto organizativo como espiritual.[12]

Ese mismo año (1221) redacta una nueva edición de la Carta a los Fieles (2CtaF) con un contenido eminentemente espiritual y reflejo de su experiencia mística. En sus versos podemos acercarnos a lo que Jesús padeció la noche antes de su muerte, tal y como se ve en la «oración sacerdotal» del eEvangelio de san Juan. En ella encontramos el trasfondo de angustia y abandono de la noche de Getsemaní con un orden distinto a los versículos de Juan.[13]

 

«A continuación oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y sudó, como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra. Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (2CtaF 8-10).

 

«Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17,11).

 

Francisco se centra en la petición de Jesús al Padre: que mantenga, con su providencia, a los hombres que han compartido su vida. Y luego pide para sus frailes la posibilidad de experimentar la cercanía que el Hijo de Dios vive con el Padre en el tiempo presente y por toda la eternidad (filiación) y suscitarla en otros (maternidad). Una petición difícil en medio de un rechazo y un silencio. Pero una petición cruda, sufrida -como Jesús-, al tener que desapropiarse del Reino. Francisco deja la Orden en manos de Dios, antes de dejarla en manos de los ministros.[14] La noche oscura le abre al misterio de la Redención, como otro Cristo.[15]

 

La tradición del «Alter Christus»

Con posterioridad, serán los biógrafos los que relaten lo que vieron. Todos consideran este acontecimiento un verdadero regalo de Dios. San Buenaventura, en su «Leyenda Mayor», interpreta así el acontecimiento:

 

«Después que el verdadero amor de Cristo había transformado en su propia imagen a este amante suyo, terminado el plazo de cuarenta días que se había propuesto pasar en soledad y próxima ya la solemnidad del arcángel Miguel, bajó del monte el angélico varón Francisco llevando consigo la efigie del Crucificado, no esculpida por mano de algún artífice en tablas de piedra o de madera, sino impresa por el dedo de Dios vivo en los miembros de su carne» (LM 5).

 

Ciertamente, la experiencia de Jesucristo que tuvo Francisco en el Averna venía preparada por lo vivido meses antes y continuará después de las llagas. La estigmatización que sufre será el reflejo de su «configuración» con Cristo en su Pasión y su crucifixión.

Y lejos de sumirse en el silencio o en la queja por los dolores que debió de sufrir con esas úlceras abiertas y con la ceguera que le acechaba, se abre a un mundo de agradecimiento. Fruto de ellos será en «Cántico del hermano Sol» de unos meses después.[16]

 

La Mañana de Resurrección

«Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Él les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y meto mi dedo en el lugar de los clavos y en su costado, no creeré.

 

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo y mira mis manos; y acerca tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente» (Juan 20, 24-28).

 

¿Por qué aparece este fragmento del Evangelio aquí y ahora? Porque Jesús resucita con un cuerpo glorificado, diferente, pero con los «estigmas». Esas señales de la muerte son importantes para cada uno de los que meditamos el Evangelio, porque nos hace «contemporánea» la entrega de Jesús. Sus «llagas» son señales de su compromiso con la Humanidad, permitidas por el Padre por respetar nuestra libertad y porque Francisco siempre tuvo al Cristo de san Damián ante su mirada.[17] Aún hoy, podemos venerar ese Cristo románico resucitado, que flota sobre la negritud del sepulcro. No tiene corona de espinas y sí unos ojos muy abiertos, Su rictus transmite la Paz de la que habla el Evangelio, a la vez que resaltan las señales de los clavos y la lanzada del costado. Quizá las llagas de Francisco sean reflejo y participación de ese Cristo resucitado que trajo el Perdón para todos los que creen en él. Sus «llagas» son señales del amor Fraterno, por sus frailes.

 

Las artes y la Estigmatización

Desde entonces ha llegado hasta nosotros ese acontecimiento mediado por las artes. Al principio nos propusimos explicar este centenario con palabras, y lo hemos intentado, pero es más plástico y directo para la gente de hoy mirar un cuadro.

 

Museu De Reproduções De Arte | vida de são francisco - [ 01 ...

 

La pintura al fresco que más ha influido, la más primigenia, es la que Giotto preparó en una de las paredes de la Basílica superior del sacro convento de Asís. Esta representación ha determinado nuestro imaginario. Representa a un Serafín con alas que vuela sobre la figura de un Francisco que acoge unas líneas luminosas que van de las llagas de las manos de uno a otro, de los pies de uno a otro y del costado de uno a otro.[18]

Este ha sido el patrón seguido por pintores y escultores para mostrarnos lo que sucedió en el interior y el exterior de Francisco, un día de septiembre de 1224, en la soledad del monte Alvernia.

Hoy, ochocientos años después, nos encontramos celebrando ese acontecimiento y con la responsabilidad de conocerlo, explicarlo y vivirlo. La llamada a configurarnos con Jesús es la misma, aunque la época sea diferente. Los franciscanos (independientemente de la familia de pertenencia) anhelamos una fraternidad universal que ha de fraguarse en el tú a tú, acogida y amada en su diversidad. A la vez que hemos de aprender de Francisco de Asís que la entrega y el rechazo son ingredientes de vida fraterna.

Esto sí que es comprensible para nuestros contemporáneos que nos ven como varones y mujeres, diferentes y agradecidos, siguiendo a un Francisco llagado de amor.

 

«Y a aquel que tanto ha soportado por nosotros, que tantos bienes nos ha traído y nos traerá en el futuro, y a Dios, toda criatura que hay en los cielos, en la tierra, en el mar y en los abismos rinda alabanza, gloria, honor y bendición, porque él es nuestro poder y nuestra fortaleza, y sólo él es bueno, sólo él altísimo, sólo él omnipotente, admirable, glorioso y sólo él santo, laudable y bendito por los infinitos siglos de los siglos. Amén» (2CtaF 61-62)



[1] Perforaciones en las manos, pies y costado. «Así, pues, al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, tal como lo había visto poco antes en la imagen del varón crucificado. Se veían las manos y los pies atravesados en la mitad por los clavos, de tal modo que las cabezas de los clavos estaban en la parte inferior de las manos y en la superior de los pies, mientras que las puntas de los mismos se hallaban al lado contrario. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las manos y en los pies; las puntas, formadas de la misma carne y sobresaliendo de ella, aparecían alargadas, retorcidas y como remachadas. Así, también el costado derecho, como si hubiera sido traspasado por una lanza, escondía una roja cicatriz, de la cual manaba frecuentemente sangre sagrada, empapando la túnica y los calzones» (LM 13, 3).

[2] Encontramos Llagas de la Pasión en Santa María Francisca de las cinco llagas, en San Pío de Pietrelcina. Y fuera de nuestra familia: santa Catalina de Siena, santa Rita, santa Verónica Giuliani, beata Anna Katharina Emmerick, beata Elena Aiello, Therese Neumann, Marthe Robin y Madre Yvonne-Amada de Jesús, etc.

[3] «¿De dónde sois?» Ellos respondían llanamente: «Somos penitentes, oriundos de la ciudad de Asís» (AP 19; cf. TC 37).

[4] Escritos franciscanos. Tienen prioridad los más antiguos. La Primera vida de Celano junto a la tradición oral del Anónimo de Perusa. Un material desplegado a partir del Capítulo de 1247. Escritos de Francisco. En ellos se conoce a san Francisco por dentro. Los encontramos en el códice 338, conservado en la biblioteca Comunal de Asís. M. ROMERO. Las Cartas de san Francisco, Palma de Mallorca, 2013, pp. 8-9.

[5] Es el marco temporal que va desde la primera carta que conservamos (1CtaF, 1215) hasta la última (CtaO, 1223-24). Y las citamos así: primero el tipo de documento; por ejemplo, Cta (carta) y luego a quién se dirige; por ejemplo, O (orden).

[6] Ver el cuadro del «Marco temporal» en MORENO, op. cit., p. 23, nota 4.

[7] Cf. O. SCHMUCKI. «La mística de san Francisco de Asís a la luz de sus escritos», Selecciones de franciscanismo, 20, 60 (1991).

[8] Estos versos se introducen en 1221 a la 1CtaF para manifestar la Fe de la Iglesia tras el IV Concilio de Letrán, con lenguaje y organización personal de Francisco. Así evita el voluntarismo de la 1CtaF. Cf. M. ROMERO, op. cit., pp. 62-63, nota 4.

[9] La unión del alma con Dios establece el seguimiento de tres vías, procedimientos, pasos o fases, según B. FONTOVA, Tratado espiritual de las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva, Valencia, 1390-1460.

[10] CF. Á. DE FOLIGNO, El libro de la vida o Libro de la experiencia, edición, traducción del latín, P. GARCÍA ACOSTA, Siruela, 2014.

[11] Leer el libro de la Vida que escribe Teresa de Ahumada y donde se refleja el control al que eran sometidos aquellos que tenían experiencias místicas. Cf. T. DE JESÚS, Libro de la Vida, Paulinas, 2007.

[12] Aunque el concilio había decretado que toda nueva Orden tomase como forma de vida las Reglas ya existentes, se permite a Francisco elaborar una «reglita» en torno a 1210. Cf. M. ROMERO, op. cit., p. 29, nota 4.

[13] Juan evangelista tuvo una gran influencia en la configuración de su experiencia mística. La oración sacerdotal la reproduce en los escritos que son fundamento de la 2CtaF: 1 CtaF 13b-19 y RnB 22. En: O. VAN ASSELDONK, «San Juan evangelista en los escritos de san Francisco», Selecciones de franciscanismo, VIII, 24 (1979), pp. 459-484, p. 459.

[14] “Con la entrega de un enamorado, la sencillez de un niño y el espíritu creador de un artista, el Pobrecillo procura reproducir en su propia vida los sentimientos y la actuación de Cristo”. SCHMUCKI, «La Orden franciscana de la Penitencia a la luz de las Fuentes Biográficas del s. xiii», Selecciones de franciscanismo, 68, p. 377.

[15] P. DIERCKX, «La experiencia espiritual de Francisco de Asís», Cuadernos Franciscanos, 142 (2003), pp. 113-124.

[16] Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden, y ningún hombre es digno de hacer de ti mención. (Cántico del Hermano Sol 1-2).

[17] La explicación del icono la encontramos en: EL CRISTO DE SAN DAMIÁN. Descripción del icono por Richard Moriceau, OFM Cap. https://www.franciscanos.org/enciclopedia/moriceau.html

[18] Entre 1272 y 1280 el artista Cimabue y su taller trabajaron en los frescos del transepto y del ábside. Este representó a la Iglesia terrestre, algunos episodios de la vida de la Virgen y a la Iglesia celeste. pero más reconocido aún por haber sido el maestro de Giotto di Bondone, el artista que más contribuyó a la creación del Renacimiento italiano. Giotto fue quien traspasó las limitaciones del arte y los conceptos medievales e inició un lenguaje de representación naturalista. Se destacó al pintar el ciclo de frescos de la vida de san Francisco en la parte inferior de la nave de la basílica: veintiocho episodios de la vida del santo que se encuentran separados por elementos arquitectónicos pintados con la técnica conocida como trompe l’oeil (“trampa al ojo”) entre tramo y tramo, lo que simula una verdadera arquitectura incluso con un punto de vista centralizado. Cf. https://sobreitalia.com/2008/11/23/la-basilica-superior-de-asis-y-los-frescos-de-giotto/